martes, 27 de marzo de 2012

Es la vida que nos toca

                                                                                                                                                                                             Por Ariel Fernandez


" Podemos condenar la pobreza pero no tenemos ninguna simpatía por los pobres"
                                                                                                       Francois Dubet.



Quizás haya vida después de la muerte. Pero lo que en verdad me preocupa es que no haya vida antes de la muerte. Vida como signos de alegría, de juegos capaces de expandirse entre la sonrisa de cualquier persona, de todos los niños que habitan este mundo. La realidad es que no podemos llamar vida a cualquier cosa. La vida no es bella, por cierto, a pesar de nuestros engañosos y blandos intentos. Sin embargo, no sé cómo ni por qué, pero lo añoro y espero y creo y busco un esfuerzo cotidiano por embellecerla. Trabajo de alfarero, que de la tierra, el agua, el barro, modela lo bello y lo útil para crear algo mejor, algo que no existía.
Para embellecer la vida, hay que tener ganas, hay que tener flores, hay que tener amor, hay que tener alegría. Nada de eso sobra, todo de eso falta para cientos de miles, para millones de pequeños que sólo predican un futuro oscuro y lúgubre, que miran para atrás para interpelar su corta historia en la que únicamente perciben dolor.
Yo solo veo a uno, dos, quizá veinte por día.
Los veo, casi nunca los miro, no me animo a mirarlos.
A veces, el billete arrugado, y entregado con urgencia, sirve para pagar el peaje y continuar transitando por la autopista de la indiferencia. Quizá no haya vida antes de la muerte. Después de todo, morir es dormir un poco, como explicaba el personaje de una vieja película. ¿Cuántas personas hay, en este momento, tan cerca de dormir un poco, aunque en ningún registro figuren como pacientes terminales? Si el hambre es un crimen, y los niños tienen derechos y la angustia de un niño se esconde en la alegría de otro niño ¿dónde están los asesinos? ¿Y los copartícipes necesarios, y los cómplices, y los indiferentes, y los que se benefician aumentando precios, escamoteando las ofertas y ocultando las marcas más baratas?
Todo parece terminar en la fría y perversa sensación (maldita y estúpida sensación) de aceptar sin miramientos la vida que, a pesar de nuestra voluntad, nos toca.

Fotografía: Andrés Paolucci.




miércoles, 21 de marzo de 2012

Recordar ¿Para qué?

     Si nos espera el olvido, tratemos de no merecerlo”
                                                                          Alejandro Dolina.

El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas derrocaron a través de un golpe de Estado al gobierno constitucional presidido por la viuda del General Perón, y lo sustituyeron por una Junta integrada por representantes de las tres armas: Jorge Rafael Videla (Ejercito), Emilio Eduardo Massera (Armada) y Orlando R. Agosti (Aeronáutica). El golpe de Estado se planificó en secreto y se realizó con una violencia nunca antes vista en nuestra patria, que violó los mas elementales derechos humanos como la vida (se ejecutaron miles de personas) o la integridad física (se aplicaron métodos aberrantes, como la tortura). La experiencia política desarrollada en la Argentina, que se denominó Proceso de Reorganización Nacional, constituyó el punto de partida de un "procedimiento", que culminó con el sometimiento de la República al sistema globalizador denominado Nuevo Orden Internacional. Los engaños y las traiciones se agudizaron, militares y civiles gestaron este episodio hasta en los menores detalles: desembarco triunfal, humillación y derrota ignominiosa. De esta manera, ningún militar tendría, ahora, cabida en la “Argentina del Nuevo Orden”, ni los soberbios ni los éticos. El Plan se había cumplido cabalmente. Lo que siguió fue más de lo mismo. Los sucesivos gobiernos constitucionales aseguraron esta dependencia hasta el extremo en el que hoy vivimos, de que sus ministros y gerentes son nombrados por el FMI. El Proceso de Reorganización Nacional fue la mayor maniobra, la más cruel y mentirosa, que permitió doblegar el espíritu nacional, humillarlo, enfrentar a su pueblo, crear la desconfianza y sembrar la miseria. El 24 de marzo seguramente es un día gris para la mayoría de los argentinos, pues se recuerda la llegada de los militares al poder, la destrucción de esperanzas a mansalva. Se rememora el terrorismo de Estado que significó el asesinato de miles de ciudadanos. Se recuerda la violación sistemática de los derechos humanos que dejó heridas imborrables en la sociedad. Se resucitan a aquellos, que luchando por un ideal (los ideales, permítanme la aclaración, son los que generan cambios y guían el optimismo), pasaron a ser “desaparecidos”. Se recuerdan cosas a las cuales ya no se quieren volver...represión, persecución, muertes. Se revive parte de la historia que muchos pretenden borrar, pero se rescata la historia que no se debe olvidar porque estamos hechos de ella, porque estamos obligados a ser más recuerdo que olvido para no repetir la pasividad de la injusticia y de la muerte. Por eso…Si queremos recordar de verdad, debemos cuestionarnos y repreguntarnos ¿Para qué sirvió aquel golpe? Para dar vuelta la estructura social y económica de Argentina para lo cual, antes que nada, necesitaba deshacer los sindicatos y organizaciones que se oponían al sometimiento y buscaban una igualdad social esquiva en el tiempo, un camino de lecturas y pasión y también amor, buscaban una igualdad social ajena a un país que se entregó manso a cada colonización. Debemos recordar que aquel golpe construyó en gran medida (en realidad creo en su completa responsabilidad) esta Argentina, sin libros, sin educación y sin trabajo ni solidaridad, sin lucha ni compromiso. 
A pesar de todo y por suerte tenemos la memoria que espero, no nos deje caer en el olvido para que podamos reconocer que aunque nos duela, el 24 de marzo es celebrado por los negocios sucios, por la impunidad, por el hambre y por los extremados beneficios que poseen todos los días quienes más poder tienen en la Argentina. Por eso no hay que olvidar, para que la memoria nos arrebate con fuerza el alma, para que en el recuerdo aniquilemos al terror que sembró (y sigue sembrando) el poder de los ambiciosos y la soberbia de los anfitriones de turno, para combatir la muerte que está latente en los chicos que viven en la calle, en las escuelas vacías y en los hospitales cerrados, en la esperanza que nos quieren arrebatar. Debemos recuperar las ideas de quienes desaparecieron y de quienes hoy son tratados como desaparecidos; nuestros cuerpos vivos deben ser la prolongación sensata y comprometida de sus cuerpos asesinados. 
Debemos recordar porque la memoria es la única capaz de devolvernos la convicción de que luchando, juntos se puede hacer un país mejor.

viernes, 9 de marzo de 2012

Recuerdos
                                    Por Ariel Fernandez
Aquellas tardes en que nos eternizábamos en la antigua cancha de hockey  del glorioso "Monstruo” o la de fútbol 5 de "Dieguito" en plena madrugada jugando interminables partidos "a la pelota", como llamábamos a esos picados donde poníamos las garras y la pasión de una final.
Cuando conversamos con algunos de aquellos compañeros de infancia, amigos lejanos, cuando podemos vernos y darnos un abrazo, comprendemos que todo aquello no fue un sueño, que algo existió y hacemos coincidir recuerdos y travesuras y pequeñas hazañas que hoy suenan a dislate. Y cuando las anécdotas saltan y se multiplican como grumos de lava viva uno comprende que aquello vivido, compartido, se agranda en el recuerdo; somos felices.
Si hay memoria quiere decir, que detrás, en algún momento, no importa si ahora lejano, existió una historia posible de ser narrada.
¿Se trata de relato entonces? quizás sí y quizás no, creo que más allá de lo que pueda escribir o contar, de esos años pasados o encarnizados en este presente confuso, no queda más rastro confiable que este cuerpo con arrugas y barba desprolija, que intenta a duras penas, convertirse en un hombre de bien.