miércoles, 20 de junio de 2012

La estación que espera

Hace mucho frío en la estación,
un frío insoportable,
como de bronca,
un frío de injusticia e impunidad.
El tránsito loco de la avenida que no cesa,
el tumulto de la salida a Avellaneda por el Puente Pueyrredón
y el recuerdo.
Diez años no cambian los azares cotidianos
ni la des-vida de los otros.
Puedo caminar con los mismos pasos
y la estación Avellaneda no es la misma.
Ya no es su nombre
ni su cara
ni su color.
No se va más el olor de la sangre,
la pulsión de la muerte.
Las siluetas de Maxi y Darío
se aparecen como fantasmas
en todas las paredes.
Pisadas de extraños se detienen
en el punto exacto donde
Darío le tomó el pulso a Maxi
segundos antes de que lo fusilaran.
Diez años y no cambió nada,
ni la justicia ni la injusticia.
Mientras se encienden antorchas
Dirigentes se devoran las uñas
tratando de colgar su nombre en una lista.
Eduardo Duhalde teme
porque la sociedad parece dejar de ser clasista.
Su cara en los afiches no cambia…
la división de clases tampoco.
La memoria parece
a duras penas
una bandera que se deshilacha.
Poco cambió en diez años.
Sólo la estación cambió.
En los pasillos esperan
el paso de un tren imposible
los muertos de este tiempo.
Fuentealba, Lepratti, López, Ferreyra, Darío y Maxi.
Sólos y tan juntos
escriben las paredes,
vocean los diarios,
y despiertan a los pibes
que duermen en los corredores
para contarles del Che.
Entonces algo de la fantasía
parece más real
y hay risas y  valor
y la esperanza que en cualquier momento
la justicia llenará cada corazón que se siente vacío.


martes, 12 de junio de 2012

Legítima defensa


“No hay mejor maquillaje que la penumbra que brinda un boliche”
                                                                     Roberto Fontanarrosa.

Bajo ningún punto de vista se puede negar la maligna influencia que ejerce el perverso sistema capitalista sobre cada uno de nosotros, a tal punto que, uno ya ni siquiera puede expresar libre y abiertamente sus gustos, porque hasta los gustos hoy en día están determinados por los modelos sociales que el capitalismo y toda su parafernalia consumista impone con total impunidad.
Si no es así ¿Cómo se explica que cualquiera de nosotros tenga que dar maratónicas explicaciones para justificar que no le gusta mc’donals? ¿O acaso de dónde salió que Valeria Mazza es la mujer más linda o que Iván De Pineda tiene facha? ¿Por qué nos impulsan a realizar dietas si se sabe que no hay nada más lindo y placentero que comer?
Por eso, y no por otro motivo es que El Flaco se tuvo que defender. Seguramente el sabía que tarde o temprano alguien lo iba a ver, más si tenemos en cuenta que los muchachos estaban en el boliche ese día, y sobre todo que estaba Piti, y eso era lo más grave para el Flaco, porque Piti tiene una especie de sexto sentido se podría decir, un instinto que siempre le permite estar en el lugar y el momento indicado para ser testigo de algún acontecimiento en donde el protagonista principal no suele tener grandes motivos para golpearse el pecho. Esto está científicamente demostrado desde el mismo  momento en el que Piti fue testigo de la cita en el cine de Murfi  para ver Titanic, del sapo reventado del Cabezón o “la piojo” de “el gran concejal.
Que se entienda y que quede claro que nadie discrimina ni nada, sino que es el sistema el que lo hace y restringe nuestros deseos más profundos, coartando nuestra libertad de elegir lo que nos parece correcto; y por eso El flaco se defendió. También hay que reconocer que Piti fue maldito porque esperó que estemos todos para preguntarle al Flaco quién era la gorda, (porque así le preguntó el guacho de Piti) como para encerrarlo bien encerrado, y entonces al Flaco no le quedó otra que defenderse de Piti y del maldito sistema capitalista que nos impone lo que es bello y lo que no, subestimando nuestra inteligencia y reprimiendo nuestros sentimientos; por eso el Flaco puso cara de poker y encogiendo los hombros preguntó él mismo ¿Qué gorda? con un poco de indignación y mucha más calentura, pero Piti fue incisivo y constante y siguió… que la gorda con la que bailabas en la pista y después le compraste un trago y que te apretabas en el patio y qué se yo cuántos datos más que acorralaron al Flaco y lo obligaron a contraatacar con un sobrio e ingenuo: AHHHHH, Sofía decís vos, y en legítima defensa agregar…la grandota.
Al escuchar al Flaco y con pleno conocimiento de las aptitudes de belleza de la mujer en cuestión, todos amagaron a romper en una violenta carcajada, sin embargo nadie lo hizo, porque todos comprendieron que lo que uno hace vuelve, y aunque cada tanto alguien hace una solapada mención a la grandota del Flaco, nadie lo hace de manera exasperada, porque el capitalismo de manera sutil y opresiva, obliga a cada uno de nosotros a mantener en silencio a más de una conquista.