sábado, 22 de septiembre de 2012

Los otros

 Yo escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no saben leer o no tienen con qué.

Eduardo Galeano.


Matías es del sur. Del sur de la patria, que no son exactamente los pies helados que tocan con los dedos las aguas polares.
Es del sur de la tierra, del sur de los polvorines, del sur de los márgenes, derramados de sangre y rosas marchitas y piel oscura, de piercing en la boca y cumbia desangelada, de fumos venenosos en la esquina con la cabeza que se quiebra como cristal, de policías que bajan como para la guerra, de futuro que se corta en el zanjón, de mirada que termina en el paredón de la fábrica en ruinas.
Matías tiene miles, decenas de miles de compañeros que se apilan en el sur. Con la piel anochecida y los ojos chinos. Puestos en la vida sin para qué. Tironeados por el abismo, tentados por la alucinación de un instante que les perfora la nuca. Desangrados por la flojedad de los gatillos policiales. Amontonados en los calabozos. Empujados a buscar lo que no hay en estado de furia y de ceguera entre gritos de riquezas, de egoísmos históricos, de tradiciones marchitas.
Anoche andaban sueltos los Matías en las venas abiertas de la pobreza. Donde ganan los que ganan y pierden los que pierden.
Andaban sueltos anoche con las capuchas a la altura de la frente, los vecinos cerrando las persianas y las fuerzas “de seguridad” en guardia.
Andaban los Matías buscando calle, buscando vida en el arrabal de esta historia, que es también el arrabal de un país brutalmente dual. Donde los discursos de carencias incomprendidas separan de forma precisa sus reclamos de las voces mudas de los Matías que le hacen el aguante al abandono, al olvido, al pasado expulsivo y al futuro que ya llegó y es éste, el lugar de la tierra en el sur, donde pierden los mismos siempre. Y los que ganan, miran hacia el brillo desde el poder legal o la tradición y dejan la noche oscura donde debe estar. Con la luz apagada. Para que llegue la policía y barra con palo y bala, sin tener que mirarlos a la cara.
Andaban anoche los Matías, que son muchos, oyendo de lejos las pronunciaciones de los que saben todo, sin saber qué ni cómo ni para qué.
Cruzaban  del centro a los barrios, a sus pequeñas fortalezas, a  las villas que se miran de soslayo.
Al sur bajan los Matías. Crecen de la niñez en patas por los pasillos inundados y se vuelven largos y flacos y se les caen los dientes a los quince y se les nubla la cabeza y se les gastan los pulmones. Andan sin rumbo por las arenas del mundo, con las neuronas heridas por los escasos nutrientes, por la cicuta del río, por el veneno que se respira, por el hogar de cuatro chapas.
Matías entra a un kiosco, se compra un tetra con las últimas monedas y mira sin mirar.
En la vereda no hay nada. Sólo un hombre que registra la basura minuciosamente. Los rumores se repiten y se escuchan todavía, aun desde la calle, en la bruma de la misma noche, donde ganan los que ganan… y pierden los que pierden. 

sábado, 15 de septiembre de 2012

Botellas al mar



“Alguien debió conservar y cuidar este jardín hermoso de gente”
                                                                        Luis Alberto Spinetta.
 
El pensamiento rompe el límite del cuerpo, desbarata cada prisión que conforman nuestras partículas.
El pensamiento y la escritura, sobre todo si tiende a expandir la memoria, implica soledad, que se intensifica cuando del pensamiento surgen imágenes imposibles de ser transmitidas, soledad por falta total de oídos dispuestos a escuchar, porque el mensaje es para todos los oídos, o quizás porque lo efímero de la voz no consolida el contenido en memoria. ¿De qué le sirve la voz, por más potente que sea, al náufrago perdido en el mar? Solo para escuchar su angustia una y otra vez. Es allí donde nace el recurso del mensaje en la botella, la esperanza en que un destinatario no identificado convierta el grito solitario en diálogo, la esperanza en que un dispositivo tan magro venza las tempestades y llegue a manos con vocación de lectura.
Jorge Julio López no fue un náufrago. Julio López es el mensaje que llegó a destapar ideas que a pesar de su voz se resisten a ser escuchadas.
Las multitudes elitistas pretenden coactarnos, no dejan de manifestarse por “SU” seguridad, con “SUS” intereses a espaldas del pueblo, sin memoria, sin convicciones colectivas.
El genocidio como práctica social requiere de complicidades, silencios, seudo-interpretaciones, re-simbolizaciones, sin las cuales no se entreteje la pesada bruma que oculta las atrocidades. Detrás de esta bruma como construcción social, todo desaparece.
Yo prefiero recoger los mensajes de cada botella arrojada al mar, con la ilusión de que allí, en ese contacto entre lo mágico de los deseos y lo funesto de la realidad,  nuestra voz se alzará y se encontrará con la verdadera justicia. 

sábado, 1 de septiembre de 2012

Más Historia


La juventud es feliz porque es ciega: esta ceguedad es su grandeza: esta inexperiencia es su sublime confianza. 
¡Cuán hermosa generación la de los jóvenes activos!
                 José Marti.

Los jóvenes en las calles sacuden al mundo. Inquietan. Conmueven. Llenan de interrogantes. Despiertan miedos al tiempo que van tajeando con libertades nacientes las grietas del sistema. Destrozan certezas con su paso danzante mientras rapean "no tengo mucha plata pero tengo cobre aquí se baila como bailan los pobres"
Echan luz con el desparpajo de los años sobre el camino calcificado por adultos que tejieron un mundo que desprecian.  Hoy es Chile como ayer y mañana Francia, Túnez, Inglaterra, Libia, Argentina, Egipto o Puerto Rico. 
La vida es hoy. El futuro llegó a mí. Es subirse al puente de la insurrección o quedarse a esperar que la vida transcurra.  
Que los jóvenes estudiantes salgan a las calles y arremetan con su rebeldía descarnada, que griten que quieren hoy su porción de futuro y no en un mañana inasible y lejano, nació de semillas que fueron asomando desde las entrañas de la tierra. 
La prosperidad capitalista deja demasiados heridos. 
Cicatrices que no cierran. 
Lujos que tienen contracaras de violencia. 
Una violencia que desnuda hambrientos, 
desposeídos, 
saqueados.
Jóvenes aquí y allá lanzan su insurrección al viento. Se alzan, ganados por la desilusión y el hastío de un mundo que no eligieron. Que sienten que no les pertenece. Que es necesario destruir y sabotear para empezar de nuevo...y hoy asoman sus cuerpos con la certeza de que cada corazón es una célula revolucionaria, que hay que sacudir el sopor del aplastamiento. Y con la convicción de que apenas son la mecha que –el tiempo lo dirá- podrá encender la historia.