“El
primer beso es mágico, el segundo íntimo y el tercero rutinario”
Raymond Chandler
El hombre escapa a sus recuerdos fundiéndose en un olvido
forzado. Recorre las calles, meditabundo busca una señal que lo libere del miedo
que lo apresa. Se ríe sutilmente mientras rememora lo que lo hacía feliz, lo
que no sabe por qué perdió.
De pronto siente culpa y exhala hondo un suspiro que le
devuelve cierta tranquilidad. Sigue caminando y clava la vista en un horizonte
lejano. Vuelve a regodearse con su presente. Ese presente instalado tozudamente
en su vida. Ese presente seguro y agradable que todos alguna vez le desearon.
Camina mas lento y de golpe, al llegar a la plaza, se tira en
un banco invadido por una fatiga aguda, estira su cuerpo haciendo sonar hasta
el último hueso y prende un cigarrillo. Aspira una onda pitada y despide el humo
negro de su boca lentamente, como si de a poco expulsara lo más detestable de
su alma. Una lágrima escapa de su rostro mientras maldice el aire que lo rodea.
Se incorpora de golpe mientras chupa fuertemente por última vez el cigarrillo.
Entre las sombras se percibe que una chica se acerca, es una
mujer joven, aparentemente mucho más joven que él. Se aproxima suavemente con
una sonrisa sostenida y una complicidad tierna. Al estar frente al hombre le
sonríe de manera más pronunciada y estrecha sus labios carnosos con los de él.
El hombre mira a su alrededor, inspecciona eficazmente y
corrobora que no hay nadie cerca, destila una mueca de satisfacción mientras
prende otro cigarrillo y se entrega a los brazos de la joven para escapar de su
dolor, de las rutinas gastadas, de una vida a la cual deberá volver en dos horas,
condenándose con su propia culpa, para volver una y otra vez a sumergirse en
una felicidad perdida.