martes, 27 de noviembre de 2012

Una satisfacción oculta


“El primer beso es mágico, el segundo íntimo y el tercero rutinario”
                                                                             Raymond Chandler
El hombre escapa a sus recuerdos fundiéndose en un olvido forzado. Recorre las calles, meditabundo busca una señal que lo libere del miedo que lo apresa. Se ríe sutilmente mientras rememora lo que lo hacía feliz, lo que no sabe por qué perdió.
De pronto siente culpa y exhala hondo un suspiro que le devuelve cierta tranquilidad. Sigue caminando y clava la vista en un horizonte lejano. Vuelve a regodearse con su presente. Ese presente instalado tozudamente en su vida. Ese presente seguro y agradable que todos alguna vez le desearon.
Camina mas lento y de golpe, al llegar a la plaza, se tira en un banco invadido por una fatiga aguda, estira su cuerpo haciendo sonar hasta el último hueso y prende un cigarrillo. Aspira una onda pitada y despide el humo negro de su boca lentamente, como si de a poco expulsara lo más detestable de su alma. Una lágrima escapa de su rostro mientras maldice el aire que lo rodea. Se incorpora de golpe mientras chupa fuertemente por última vez el cigarrillo.
Entre las sombras se percibe que una chica se acerca, es una mujer joven, aparentemente mucho más joven que él. Se aproxima suavemente con una sonrisa sostenida y una complicidad tierna. Al estar frente al hombre le sonríe de manera más pronunciada y estrecha sus labios carnosos con los de él.
El hombre mira a su alrededor, inspecciona eficazmente y corrobora que no hay nadie cerca, destila una mueca de satisfacción mientras prende otro cigarrillo y se entrega a los brazos de la joven para escapar de su dolor, de las rutinas gastadas, de una vida a la cual deberá volver en dos horas, condenándose con su propia culpa, para volver una y otra vez a sumergirse en una felicidad perdida.

sábado, 17 de noviembre de 2012

El exterminio que necesitan


"Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada."
                 Eduardo Galeano.
Hay palabras que se dicen porque son mimos dulces a oídos castigados, que tienen fines ajenos a las necesidades sociales. Palabras tan vacías como la espontaneidad preparada por meses o las necesidades montadas en autos 0 Km. Palabras que tienen el prestigio que le atribuía Borges a cada etimología buscada a regañadientes.
Los pibes pasan y a nadie le importa, porque ellos marchan en silencio, en oscuridades que no penetran en las personas de “bien”.
Los pibes marchan con el dolor inmutable, con los deseos devastados.
La muerte se los lleva demasiado pronto. Sin dejarles saborear de la vida los manjares más bellos. Jugar a la pelota. Saltar la soga. Treparse a un árbol. Desgajar una naranja y reírse a carcajadas hasta que la panza duela. Comer un chocolate o correr bajo la lluvia hasta desfallecer de pura felicidad. La muerte se los lleva con sus mochilas cargadas de tristezas.
Desde las altas cumbres que se erigen en el dinero, son quienes ocupan los tronos principales los que definen a esos pibes y pibas, los que determinan cómo son y cuáles son sus derechos.
Siete de cada diez niños que consumen drogas, no sabrán lo que es tener un hijo, ni sabrán de utopías y de caricias.
Son los excluidos de los excluidos. Las últimas piezas de un sistema que se van derrumbando en un proceso de enorme violencia.
Los 90 con sus espejitos de colores legitimaron y democratizaron en vastos sectores infinitas indignidades; imponiendo un estado social en el que con extrema perversidad se asoció el círculo represivo y el disciplinamiento cruel, denostando a la categoría de vagos a un sin número de familias desclasadas, estigmatizando a aquellos que nada tienen.
Se llenaron los barrios más pobres de cualquier droga barata, una droga silenciada que fulmina a los pibes impiadosamente.
Entonces, para la gente de “bien”, la ecuación termina siendo perfecta: encerrarlos o matarlos… con la bala o con la droga.


sábado, 3 de noviembre de 2012

9N89


La ley básica del capitalismo es tú o yo, no tú y yo.
Karl Kraus



Veo las propagandas que hablan del 8N como un hito de lucha atravesado por Internet y glamour que genera inevitablemente un poco/mucho de risa por la imposibilidad que les da a los manifestantes de pensarse autónomos, por las consignas que piden libertad desde la adoración ingenua de los modelos sociales establecidos por las clases dominantes, los ídolos atravesados por el individualismo y la sumisión ante las opiniones de los medios con mayor poder. Sin embargo no son el glamour o la tecnología, las frases vacías de significados reales o los valores que se pregonan las cosas que más me molestan; el disgusto y la bronca aparecen por el olvido y el desprestigio del acontecimiento más relevante (en mi opinión) de los últimos 25 años, lo que podríamos llamar 9N89 de acuerdo a la nueva forma de nombrar los personajes o la realidad.
Por suerte tengo la fortuna de conocer a varias personas que me permiten reflexionar sobre las posibilidades que se perdieron y los errores cometidos, personas que no dejan de soñar con un mundo más justo en donde las preocupaciones están lejos de las casas quintas o los autos último modelo.
Por un momento tengo miedo, pánico de caer en el olvido y en la más inconsciente reproducción de las condiciones sociales que nos llevan a sumergirnos en la miseria del mundo.
No podemos dejar de reconocer que la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 tuvo un doble efecto: desbarató el mundo bipolar surgido tras la segunda guerra mundial, lo que produjo a corto plazo un fortalecimiento geopolítico y militar de los Estados Unidos; y también dinamitó la subsistencia de aquel imaginario emancipador que suponía posible edificar modelos de sociedad alternativos al capitalismo.
Por entonces yo tenía solo 6 años y a lo lejos siento una de mis utopías desechas, porque lo que podía haber desembocado en un debate fructífero en torno a formas de socialismo mas democráticas y respetuosas de las diferentes morfologías nacionales, derivó en una mayúscula vigorización del consenso del gobierno neoliberal que gobernó la conciencia de representantes (vulgares en su mayoría) y representados desde entonces.
Hoy lamentablemente, y con una velocidad asombrosa (que asusta mucho) se levantan constantemente en nuestra sociedad muros invisibles  (porque todos prefieren no verlos) como la pobreza, el hambre, el deterioro de las instituciones más valiosas y la falta de respeto y solidaridad para con el otro, que nos desintegran y nos sumergen en el fondo de un sistema al cual la perversidad ya le queda chica.
En ello reside el mundo que emergió tras la caída del muro, un mundo que nos va a llevar bastante tiempo hacer comunitariamente inteligible para todas las clases para convertir el impulso insurreccional emancipatorio que integra aún nuestra condición humana, en heredero de las viejas revoluciones.