miércoles, 2 de enero de 2013

Relatos



“Recordar es fácil para el que tiene memoria. 
Olvidarse es difícil para quien tiene corazón.”
                                Gabriel García Márquez.

Del estruendo pertinaz del ladrido de los perros en aquellos veranos en que las bicicletas eran aviones que andaban a toda potencia y el club sombreaba con sus paraísos el paso de las muchachas que nos atraían,  vienen a veces nuestros más gratos recuerdos.
Decir gratos no es asegurar que fueran grandes o importantes, sólo desmesurados en la memoria, porque en aquel tiempo todo era mínimo, acotado y lo único realmente grande o muy grandes eran los sueños.
¿Quién o qué desata el hilo de cada historia, de cada relato? ¿Quién quita el nudo de esa madeja enrevesada que descansa en el lugar más recóndito y suspendido de la memoria?
¿Y ese relato, cuando se libera para quién no lo hace?
Y cuando eso sucede, tampoco sabemos por qué lo hace ni cómo, pero sí sabemos para qué. Para que cado uno de nosotros encontremos en ese abanico gigante de vivencias nuestras propias historias.
Entonces… ¿Quién desata el relato?
Nosotros.
Los que quedamos con este cúmulo de sombras entre los dedos asombrados, los que no queremos dejar morir el rostro borroso de las personas que fueron cómplices o víctimas de cada una de nuestras aventuras, los que nos aferramos a todos los recuerdos que se actualizan súbitamente en cada cerveza que decidimos compartir, en cada nueva historia que escribimos con pasión.
De todos modos me queda el consuelo -mínimo y módico- de retener este hilo único del relato, donde los protagonistas somos nosotros de manera estelar, y lo voy desenhebrando con lentitud para que todos puedan ver aquella trama significativamente viva que se resiste a morir pese a todas las incertidumbres que nos acosan en este inminente escenario de los tiempos por venir.