“Recordar es fácil para el que
tiene memoria.
Olvidarse es difícil para quien tiene corazón.”
Gabriel García Márquez.
Del estruendo pertinaz del
ladrido de los perros en aquellos veranos en que las bicicletas eran aviones
que andaban a toda potencia y el club sombreaba con sus paraísos el paso de las
muchachas que nos atraían, vienen a
veces nuestros más gratos recuerdos.
Decir gratos no es asegurar que
fueran grandes o importantes, sólo desmesurados en la memoria, porque en aquel
tiempo todo era mínimo, acotado y lo único realmente grande o muy grandes eran
los sueños.
¿Quién o qué desata el hilo de
cada historia, de cada relato? ¿Quién quita el nudo de esa madeja enrevesada
que descansa en el lugar más recóndito y suspendido de la memoria?
¿Y ese relato, cuando se libera
para quién no lo hace?
Y cuando eso sucede, tampoco
sabemos por qué lo hace ni cómo, pero sí sabemos para qué. Para que cado uno de
nosotros encontremos en ese abanico gigante de vivencias nuestras propias
historias.
Entonces… ¿Quién desata el relato?
Nosotros.
Los que quedamos con este cúmulo
de sombras entre los dedos asombrados, los que no queremos dejar morir el rostro
borroso de las personas que fueron cómplices o víctimas de cada una de nuestras
aventuras, los que nos aferramos a todos los recuerdos que se actualizan
súbitamente en cada cerveza que decidimos compartir, en cada nueva historia que
escribimos con pasión.
De todos modos me queda el
consuelo -mínimo y módico- de retener este hilo único del relato, donde los
protagonistas somos nosotros de manera estelar, y lo voy desenhebrando con
lentitud para que todos puedan ver aquella trama significativamente viva que se
resiste a morir pese a todas las incertidumbres que nos acosan en este
inminente escenario de los tiempos por venir.