miércoles, 18 de abril de 2012

Vos…tendrías que haber leído


Advertencia: Los siguientes hechos son reales, cualquier coincidencia con la ficción corre por entera responsabilidad de quién escribe.

Hay momentos en la vida, digamos…después de los 28, 29 años en que los sábados parecen adquirir más o menos la misma significación, esto es un asado acompañado de un vino, charlas que giran en torno a cuestiones laborales, fútbol, algún que otro desamor y la constante evocación de todo lo que se hizo en tiempos pasados; y a decir verdad no es un plan para nada despreciable. Sin embargo, en algunos lugares, alejados de la vertiginosidad que provoca la post-modernidad, siempre hay un grupo de personas (generalmente asiduos consumidores de bebidas alcohólicas) que son capaces de romper con esa monotonía triste que impone la rutina.
Los personajes de esta historia son tres, aunque con seguridad también lo podrían ser otros tantos.
El Cabezón sale de la tienda con un pantalón blanco en una bolsa de cartón gris y antes que el Peluca le pregunte cuánto le salió la pilcha tira el ticket con cierto aire de satisfacción. Se sube al auto y los dos quedan de acuerdo para verse después de comer y anclarse en algún bar a tomar una cervecita.
Peluca llega a su casa y se pone a tomar un tinto junto a su padre, que mira el noticiero y al escuchar hablar de un robo no duda en sentenciar que por eso está armado, y que hay que cagarlos a tiros a todos.
El Cabezón entra a la computadora para retocar unas fotos que tiene guardadas para sacar las arrugas que delatan sus abriles pasados antes de subirlas a Facebook.
En otro lado, lejos de las compras y los noticieros, el Pelado trabaja en el turno de la tarde de la fábrica, su dilema consiste en la definitiva y decisiva elección a la que lo someten una medialuna salada y una bolita de fraile con dulce de leche; sin culpa alguna el Pelado elige el dulce de leche y mientras saborea en el palco de control, sobrecarga de trabajo a Vicente y Boragina, haciendo valer su jerarquía en la empresa. Mira el reloj y son las once y media de la noche, lo que la da placer, ya que es sábado y en media hora estará de copetines.
El Peluca y el Cabezón a esta altura se encuentran en un bar que se enclava justo en el medio de las tres cuadras  que la ciudad ofrece como zona céntrica. Peluca toma whisky y el Cabezón unos daiquiris o algo de eso. Después de varias rondas, aparece el Pelado, que salió de trabajar y de manera automática se fue a la panchería a cenar, el Pelado es una especie de adicto a los panchos y casi a cualquier cosa que vendan en un carrito.
De repente, casi sin darse cuenta, están los tres medios borrachos y prácticamente solos sin nada que hacer y a esa altura sin nada de qué hablar. Es justo en ese momento, en donde, de alguna manera comienza la tragedia. El Peluca, movido por el alcohol y quién sabe que extrañas necesidades sexuales, sugiere ir al boliche del Ale, un boliche que está a la vuelta de la nada misma, bien en el medio del campo pero la soledad pesa a medida que pasan las horas, y ahí nomás se armó la discusión, estoy cansado dice el Pelado, no hay rubias afirma el cabezón aunque enseguida se convence al asegurar que una vez vio una y que encima tenía ojos celestes; si el problema es el viaje vamos en la chata dice Peluca, y es así que sin más preámbulo ponen en marcha el viaje.
Llegan, y la verdad, que en el boliche… mucho no pasa, el Cabezón hace gestos a lo Iván Noble porque una morocha le dijo que no quería bailar, el Peluca se puso a discutir de economía con el que cuida los baños y el Pelado se tomó dos porrones de un saque y quedó Knock out.
Ya fusilados y con el sol asomándose, deciden emprender el viaje de regreso y es ahí donde la cosa se pone interesante.
A los tumbos, y con la responsabilidad de manejar el Peluca se acomoda primero, el Pelado está desmayado en el asiento de atrás y el cabezón está meta mirarse ivannobleciado en el espejo retrovisor.
Ahí, cuando parece que todo terminó Peluca intenta acomodar el asiento y toca un metal frío, se fija y no es otra cosa que el revolver de su papá; motivado por la angustia que suele producir el whisky o por la bronca de no concretar alguna conquista amorosa, el Peluca sale de la chata, mira alrededor y observa que de a poco sale la gente del boliche, se ríe y dispara tres tiros al aire, es más, alguien le dice que está loco y el se enoja y vuelve a disparar al aire. El estruendo hace correr a los trasnochados y hasta hizo despertar al Pelado del sueño profundo que lo aquejaba, mientras el Cabezón no para de decir boluuudooo.
Hasta ahí, la historia ya merece ser contada, pero eso no es todo. Después de los tiros Peluca se subió a la chata y emprendieron el viaje de regreso. El pelado volvió a  desmayarse y los otros dos se reían de lo que habían generado, se cagaron todos vociferaban, como si fueran grandes triunfadores.
Ya cerca de la ciudad, Peluca se da cuenta que un patrullero los sigue, para y de inmediato se ven rodeados por varios móviles y muchos agentes que los apuntan con todo tipo de artillería. Los tres son detenidos y esposados, menos Peluca que es el encargado de manejar. El Pelado se despierta ya en la comisaría y pide que le aflojen las esposas para poder descansar mejor y así lo hace, mientras que al Cabezón se le pianta un lagrimón porque sus muñecas, un poco gruesas digamos, no dan chance para aflojar la presión que ejercen las esposas.
Pasan las horas, y siguen detenidos contestando a todo tipo de interrogantes, que de quién es el revolver,  que qué querían hacer, que cómo se llaman, en definitiva por qué son tan pelotudos. Ya en plena mañana aparece el padre de Peluca que dice que el revolver es de él y que lo tiene por seguridad y muchos argumentos más.
Peluca aprovecha la envestida del viejo y juntos comienzan a negociar, intentando darle fin a partir de alguna contribución económica. La autoridad accede y todo llega a su fin, salvo que la policía confeccionó una especie de acta que deben firmar para poder quedar en libertad. En ese momento Peluca y el Cabezón firman de inmediato, pero el Pelado está verdaderamente muerto; sin embargo se despierta y con la voz ronca y los ojos rojos dice que él antes de firmar lo tiene que leer. Los otros dos lo miran atónitos sin entender nada, mientras uno de los canas contiene las ganas de darle un buen garrotazo. El Pelado se pone encorvado y levanta el mentón justo con la hoja frente de sus ojos. El Cabezón y el Peluca, literalmente lo quieren comer crudo.
Pasan 5 minutos, el Pelado da vuelta la hoja y tarda otros 5 minutos que para el Peluca y el Cabezón parecen ser 10 años, entonces hace un gesto de resignación y firma.
Finalmente salen, y enseguida el Cabezón le recrimina al Pelado su demora para firmar, el Pelado sonríe con cierta ironía y contra ataca notoriamente indignado, mirá Cabezón, argumenta el Pelado, yo lo que hice, lo hice por los tres y vos me podes decir cualquier cosa, pero yo no pude leer un carajo del pedo que tengo, pero vos, que estás fresco, deberías haber leído.

viernes, 6 de abril de 2012

Alguien al margen


¿Qué demonios saca un hombre de pensar? Sólo problemas.
                                                             Charles Bukowsky


En la esquina de siempre en la que lo veo dejado, ha repetido su ropa así como también su ansiedad nerviosa de todo el día.
Una botella se asoma entre sus trapos harapientos.
Consulta la hora a los pasantes y estos se alejan, le temen. Cruzo la calle porque no soy más que él, porque si me golpea lo soportaría…
-        Nueve y media -le digo- y le pregunto como está y qué cuenta de su vida…
Me ve de costado y hace una mueca extraña, saca un papel y me pide una birome y escribe lo siguiente:
-         “Estoy loco, tanto como usted curioso joven de clase media”…
Asentí con la cabeza y volvió a escribir:
-        “Pero soy inteligente…tanto como ese que llamaron Einstein”…
Sonreí y escribió nuevamente mostrándome la hoja:
-“Soy grande, inmenso, tanto como un dios, soy inmortal, tanto que mi alma ya divaga por la eternidad…soy transparente tanto como un agua viva, provoco miedo tanto como un fantasma”…
Me senté junto a su cuerpo maltratado y esta vez  escribí yo mismo en el papel:
-        “Qué suerte tiene usted”.
 Él  hizo un gesto de confusión con su entrecejo y contestó debajo de la hoja:
- “¿Suerte?...olvidé decir que soy silencioso, tanto como alguien que ha fallecido… ¿podría usted dejarme solo?”.
Asentí otra vez y me fui.
De ahí en más no volví a verlo.
Deseo que donde quiera que esté sienta sus venas temblar y sus sienes latir, haga de sus cabales una obra de arte puesta sobre un papel, y si decide retirarse (espero no sea así) del mundo que lo marginó…escriba antes sus memorias…y que por favor…las deje a mano…