viernes, 27 de julio de 2012

El perro


La muerte me desgasta, incesante.
                                      J.L.Borges.
Estaba sentado, un poco distraído, tomando una cerveza en el salón del fondo de mi casa con un amigo que por cuestiones de la vida hacía mucho tiempo que no veía; de repente observé que entró mi sobrino de manera alborotada. Noté que traía algo entre las manos pero no logré distinguir de qué se trataba.  Desde adentro del salón puede reconocer a la cabeza de nuestro perro. Estaba completamente rasgada, con unos gruesos hilos de sangre desprendiéndose de su parte descolgada. Alarmado abracé a mi sobrinito, le pregunté que había pasado y volví a sujetarlo con fuerza. Me dijo que no sabía, que la cabeza estaba del lado de la calle y el cuerpo del lado de adentro. Seguramente algún instinto desconocido y alejado de la razón propia de los hombres había empujado al perro a aventurarse entre los filosos barrotes que son parte de la seguridad de la casa.
En ese momento mi amigo me tomó del brazo. Salimos y vemos desplomado en el piso, el torso y las patas y la cola del perro. Lo levantamos y lo llevamos adentro. Buscamos unos cables y unos cartones. Intentamos unirle la cabeza al cuerpo atornillándosela de manera improvisada. Ya habíamos unido cuerpo y cabeza. Extrañamente me parecía que el perro me lanzaba una mirada triste, rara, como de suplica. Me hundí en una laguna de recuerdos y no creí en su muerte. Lo tomé y le propiné un fuerte empujón como para que se echase a andar. Escandalosamente el perro cayó con su lado izquierdo dando un fuerte golpe contra el piso del salón, en donde estábamos bebiendo.
Finalmente me resigné y ante los ojos empañados de mi sobrino que no paraba de llorar volví a admitir y a reconocer a la muerte con su inconfundible oficio e irrevocable autoridad.


lunes, 16 de julio de 2012

Apuntes para los amigos

Nuestra amistad no depende de cosas como el espacio y el tiempo.
                                                                                Richard Bach.



Hay años que se escapan por caprichos,
entre sueños que se olvidan
y deseos que reflejan nuestro presente vulnerable
y ajeno a toda capacidad de estrategias estrictas,
que vuelven y se actualizan
en cada sensación placentera que sobreviene en nosotros,
que sobreviven en cada palabra de aliento dada
sin la necesidad de recibir respuesta alguna.
Hay rostros que pertenecen a un pasado
que no dejamos de ser
y a un futuro distante al cual pertenecemos sin conocerlo aun,
rostros que se acrecientan sin arrugas
y carcajadas delirantes que reflejan la felicidad
y la bondad de la preocupación por el otro.
El tiempo se detiene en cada recuerdo que se afianza
y que crece ante la convicción absoluta
de que nadie nos puede arrebatar las lecciones aprendidas
en aquella época que no es distinta de esta,
y que (por suerte) nadie más que nosotros
podrá comprender los por qué
de la transformación que sufrían nuestros miedos y fracasos
con el simple y complejo acto de estar juntos
compartiendo una botella de cerveza.
Las imágenes se superan y se superponen,
un viaje y una borrachera,
un silencio comprensivo y un llanto que comparte el dolor con rostros de impotencia
y de una fortaleza inquebrantable,
los desamores correspondidos
y las confesiones inconfesables,
las teorías y las creaciones filosóficas
de cada madrugada secuestrada.
Los siento ineludibles y certeros,
cercanos a pesar de la distancia
y con la complicidad intacta,
fortalecida y distorsionada
por las variables que adquieren nuestras vidas  
y que se filtran de forma automática
en las anécdotas del pasado.
No quiero hacer teorías
ni comprobar hipótesis gastadas,
solo me saco el sombrero ante cada uno de ustedes,
ante mis amigos, 
para decirles y recordarles
que siempre pueden contar conmigo.

miércoles, 4 de julio de 2012

Es de esperar

"lo que venga vendrá,
y no vendrá nada, y es mucho".
                                   Julio Cortázar.












Es de esperar que ya no espere,
por cansancio o por realidad,
por la ausencia de una palabra verdadera.
Es lógico que mis manos tiemblen de dolor
si no encuentro la mirada que salve mi esperanza.
Me busco sin que llegue a encontrarme
entre cadáveres de olvido
y restos imprecisos de memoria
con imágenes que no me corresponden
y ordenes que nunca obedecí.
Sin embargo;
concibo que en algún rincón
se termina la oscuridad.
Elijo quedarme con una mirada tierna
genuina, sin tonos grises de impaciencia.
Voy al bar que me reconoce,
a la esquina indicada
en el choque exacto
entre la sabiduría del dolor
y el último trago de vino abandonado.
Es de esperar que nadie me escuche,
que nadie intente subir las escaleras
que no dejo de recorrer con mis pies cansados.
Me alejo del deseo de esperar
con la seguridad que todo llega,
a pesar del desperdicio
que cada uno hace con su vida.