sábado, 8 de junio de 2013

El grito

"La noche tiene la forma de un grito de lobo"
                                                Alejandra Pizarnik.  
 

Escucho un grito. Es un fuerte grito oscuro con cierto destello de amargura.
Todo (o casi todo lo que creo conocer) parece diluirse en ese sutil grito que cubre la realidad con una magnifica evocación. Es el colchón perfecto como de violines desafinados que adornan la suave y tenue penumbra de una noche testaruda.
Una mujer petrificada junto a un viejo árbol parece clavar su mirada en mis ojos, pero al correrme noto que sus ojos no hacen más que penetrar en el infinito de un horizonte inalcanzable.
Todo es negro, melancólico, triste. Y el grito es inagotable, duradero, profundo. Cada vez hay más oscuridad y el grito cada vez es más desgarrador.  Intento escapar sin poder moverme mientras con un fantasma gris que tiene el rostro de un ángel. No me pregunten cómo pero puedo reconocer de manera certera esas dos rarezas en términos de cordura. Con un brusco movimiento en el aire, creo soltarme de una fuerza invisible que presiona. Zafo y prendo un cigarrillo que se consume velozmente sin darme lugar ni siquiera a un fugaz goce.
Tiemblo y la confusión se apodera violentamente de mí.
La penumbra a esta altura ya es total.
Vuelvo mi cabeza hacia atrás y veo frágiles rostros que combinan perfectamente una serenidad abrumadora con un sesgo de maldición terrorífico.
Estoy en algún lado conocido y olvidado en donde (extrañamente) la memoria me domina y la amargura me invade. Estoy perdido en el pasado, lidiando con las torturas de todo lo que puedo recordar, con las pérdidas que impone de manera  autoritaria la vida, con las desdichas de mis acciones, con la agonía de un amor perdido.
En el medio del paisaje aturdidor vuelvo a ver a la mujer. Está llorando y el grito es de ella. Mi cuerpo sangra. No sé por qué pero mi cuerpo sangra y parece mutilado por la acción inviolable y cruel del tiempo, de sus marcas precisas, de su descomposición inapelable.
Un libro se posa en mis manos y me calmo sintiendo un fuego en el pecho.
La mujer otra vez está ahí con su grito. No logro reconocer su rostro pero de alguna manera identifico a esa mujer con mi madre, con su grito perdido en el vació que pide desesperada una ambulancia para su hijo.