“Alguien
debió conservar y cuidar este jardín hermoso de gente”
Luis Alberto Spinetta.
El
pensamiento rompe el límite del cuerpo, desbarata cada prisión que conforman
nuestras partículas.
El
pensamiento y la escritura, sobre todo si tiende a expandir la memoria, implica
soledad, que se intensifica cuando del pensamiento surgen imágenes imposibles
de ser transmitidas, soledad por falta total de oídos dispuestos a escuchar,
porque el mensaje es para todos los oídos, o quizás porque lo efímero de la voz
no consolida el contenido en memoria. ¿De qué le sirve la voz, por más potente
que sea, al náufrago perdido en el mar? Solo para escuchar su angustia una y
otra vez. Es allí donde nace el recurso del mensaje en la botella, la esperanza
en que un destinatario no identificado convierta el grito solitario en diálogo,
la esperanza en que un dispositivo tan magro venza las tempestades y llegue a
manos con vocación de lectura.
Jorge
Julio López no fue un náufrago. Julio López es el mensaje que llegó a destapar
ideas que a pesar de su voz se resisten a ser escuchadas.
Las
multitudes elitistas pretenden coactarnos, no dejan de manifestarse por “SU”
seguridad, con “SUS” intereses a espaldas del pueblo, sin memoria, sin
convicciones colectivas.
El
genocidio como práctica social requiere de complicidades, silencios, seudo-interpretaciones,
re-simbolizaciones, sin las cuales no se entreteje la pesada bruma que oculta
las atrocidades. Detrás de esta bruma como construcción social, todo desaparece.
Yo
prefiero recoger los mensajes de cada botella arrojada al mar, con la ilusión
de que allí, en ese contacto entre lo mágico de los deseos y lo funesto de la realidad, nuestra voz se alzará y se encontrará con la verdadera justicia.
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