viernes, 22 de febrero de 2013

Divisiones de siempre

"El motor de la historia es la lucha de clases"
                                                        Karl Marx.

El odio es una emoción de profunda antipatía, rencor, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir el objeto odiado. Por  ser emoción no se puede evitar, está ahí en consonancia a nuestras creencias y valores.
Desde que las Fuerzas Armadas han perdido su peso para intervenir en los momentos adecuados para restablecer el equilibrio del poder en beneficio de los sectores tradicionales, son los medios dominantes los que cumplen la tarea de erosión y desgaste; se horrorizan porque la sociedad está dividida obviando las divisiones más violentas que en esta generan.
¿En qué momento cualquier sociedad vivió en completa armonía? Si alguien encuentra la respuesta, en beneficio propio seguro la arrojará al vacío.
Es innegable que estamos en un mundo de exclusión donde aquel que excluye se refugia -principalmente- en su posición económica.
Aquel es gordo, aquel negro, drogón, alcohólico, gay, aquel tiene un “jean trucho”, no tiene zapatos, vive allá…¡¡¡CUIDADO!!!
El poder y sus representantes hablan de armonía, consenso, diálogo, de un mundo basado en la justicia y no como en realidad sucede en la apropiación y el despojo.
Y este  poder el que  puede, presumiblemente envenenar a Mariano Moreno,  fusilar en Navarro a Manuel Dorrego,  desterrar a San Martín,  Rosas y Artigas, asesinar a Monteagudo,  escribir ¡Viva el cáncer! sobre la enfermedad de Evita, bombardear Plaza de Mayo, proscribir a Perón, ocultar y vejar el cadáver de Eva Perón, atacar con agravios al Doctor Alfonsín, fusilar en los basurales de José León Suárez, aplicar el terrorismo de estado y sembrar el territorio de campos de concentración. Todo en nombre de combatir a los que odian.
Arturo Jauretche, con la profundidad que lo caracterizaba, escribió: “Ignoran que los pueblos no odian, odian las minorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor.”
Las sociedades desiguales engendradas por el sistema capitalista multiplican los escenarios de conflicto y habrá que observar el devenir de estos procesos para desentrañar las claves, que permitan a las acciones colectivas romper con el aislamiento y la atomización para encaminarlas en sentido genuinamente transformador de realidades que además de la irritación deberían también despertar la solidaridad.


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