martes, 3 de enero de 2012

Las preguntas de Carolina

 A Carola (ella) - Por Ariel Fernandez

Me mira de soslayo y me vuelve a interrogar: ¿A dónde vamos a parar? ¿Conseguiremos trabajo?  Encojo los hombros y vuelvo a contestar de forma rotunda que no lo sé. Prendo un cigarrillo, la tomo de la mano y haciéndome el distraído intento cambiar el rumbo de la conversación. Sin embargo, la noche cae oscura como una capa negra impenetrable, y me interrogo a mi mismo para encontrar la respuesta que Carolina busca con insistencia y que mi ansiedad nerviosa y repentina reclama a sacudones.
Hace calor, el pavimento arde y el hormigón ofusca cualquier intento de refrigeración. Carolina se cambia, se pone el camisón mas liviano que encuentra y queriendo paliar su hermosura me dice que está hecha un desastre, yo sonrío y le digo que está loca. Carolina está bellamente loca. Carolina es hermosa bajo cualquier circunstancia, se los aseguro, por eso me río y también le digo alguna pavada para que ella se ría y sea más hermosa aún. Carolina se olvida de sus interrogantes y vuelve a hablar de otra cosa. Pone la pava pero se arrepiente al instante y sugiere acostarse a dormir la siesta para después ir un rato a la pileta. Asiento conforme, mi cuerpo está cansado pero aún está más agotado mi cerebro de pensar y hurgar en lo recóndito de mi ser alguna certeza tranquilizadora. Nos acostamos, el tema se instala una vez más en nuestra charla. Cada tanto un silencio áspero nos inunda y nos interpela, y quizás también nos atemoriza.
Un rayo de sol entra por la única hendija que queda en la ventana, ilumina el rostro entre dormido de Carolina que gira hacia mi lado para darme un beso tierno. Yo la abrazo fuerte como para calmar la incapacidad de mis palabras, para enfrentarse al silencio antes reinante. La siesta se interrumpe de manera definitiva, cuando los amigos del pequeño que vive en el 7º piso lo llaman  al grito furibundo de ¡LUCAS! Nos levantamos de un salto y para nuestra sorpresa la lluvia se adueñó de nuestra incursión a la pileta. La miro con impotencia y con el cosquilleo de sus preguntas recorriendo todo mi cuerpo. Aunque no las repite, esta vez yo interpelo las preguntas en su mirada. Le vuelvo a decir que está hermosa…se ríe con dulzura y me dice que tiene ganas de comer una torta. No vacilo, agarro plata y digo que voy al supermercado para comprar los ingredientes necesarios para hacer un postre. Se enoja y me dice que la quiero ver gorda, pero acto seguido me dice que compre de chocolate. Estoy seguro que esos detalles, nuestras complicidades íntimas, son las cosas que más admiro de ella, y en definitiva de nosotros.
En cierta forma me escapo. Quiero hacerle la torta pero necesito reflexionar. Hice tres cuadras y prendí dos cigarrillos. Repaso nuestra historia. De a poco creo verla signada de monotonías que nos tienen paralizados, el horario rígido e inflexible, los mismos rostros desesperados y conformes, y en el medio nosotros, entre edificios y cemento y un modo de vida que nos vuelve cada día  más fastidiosos y  más intolerantes con nuestras propias vidas.
Estoy frente a la puerta del súper, las puertas se abren y el fresco del aire acondicionado se filtra en mis huesos. Me despojo de mis ideas por un segundo y me dirijo de manera automática al stand de las tortas. Agarro lo que necesito y de repente tengo la sensación de tener las respuestas, pero una señora hace caer una lata que me saca bruscamente de mi estado de lucidez. Hago la cola. No hay mucha gente, sólo unos viejos en busca de una botellas de vino. Pago y me enfrento nuevamente a los edificios y al sofocamiento de la ciudad. Quejándome  prendo enseguida  otro cigarrillo. Tengo ganas de gritar que estoy cansado, que Carolina está cansada, que tenemos que hacer algo y que no  nos importa que nos digan locos. Necesitamos libertad, el sublime acto de libertad que nos permita ser artífices de nuestro destino. Las cuadras parecen alargarse. Por fin llego al edificio. Subo en el ascensor. Abro la puerta y Carolina está ahí preparando los bols y los sartenes. Raramente no presiento las preguntas en su rostro, sin embargo, sé que siempre están latentes.
Mezclo los huevos con el polvo. Me hago el chef de manera grotesca. A Carolina la divierte y a mí me gusta ser su payaso oficial. La imagino y me imagino, sin sofocamientos, con extensas charlas emotivas y cargadas de nostalgias, con el recuerdo a flor de piel y la satisfacción de las decisiones correctas. Pongo la torta en el horno. Carolina me abraza y antes que me diga lo que ya imaginé la beso y le digo que el jueves sacamos los pasajes para ir en busca de nuestro destino y de las respuestas que los dos necesitamos.

1 comentario: