martes, 17 de enero de 2012

La soledad necesaria


Por Ariel Fernández

    “La vida nos ha olvidado y lo malo es que uno no muere de eso”                
                                                                               Alejandra Pizarnik.

La soledad tranquilamente puede ser la mejor compañía que un hombre puede tener, aunque esta situación, también dependa de una cantidad casi infinita de factores tan variados como a su vez extraños. Situaciones que rozan lo absurdo y que sacuden el alma atormentada de quien las padezca.
Silencioso tormento de conductas para tan profundos sentimientos…cobarde presencia de la valentía.
Algo fundamental en este caso obedece a la obligación de los espejos a nunca (bajo ningún punto de vista) devolver la realidad intimidante que en él puede llegar a reflejarse. Los libros deben abrirse sagazmente en los párrafos exactos,  los cuales son un alivio, una frescura senil que se reposa en el espíritu ardiente de los cuerpos solitarios. Las lágrimas no deben escapar  por más que los ojos se hinchen y deshinchen  latiendo violentamente para intentar desarraigar sus penas.  Nuestro  cama, nuestro lecho (cruel depositario del deseo)  debe ser el encargado de crear la sensación sublime y poderosa de que su contextura, y su arquitectura no permiten (de ninguna manera) la intromisión de otro cuerpo cerca del nuestro.
En este caso (y quizás en otros también) la soledad puede ser perfecta en su injusta comprensión.
Es cuestión de abstraerse, de sumergirse en el solo pensamiento de la autonomía sensorial.
Uno. Quizás dos vasos de whisky ayuden. No sobredimensionar el pulso. Estar firme y convencido, esconder las fotos y quemar los discos que nos trasladan al tiempo en el que pudimos llegar a ser felices.
Ahora sí, la soledad es casi perfecta para acompañarnos en este mundo y en este momento. Está todo dispuesto y en su lugar, para que tomemos el arma, la coloquemos en nuestra cien y apretemos el gatillo sin ningún tipo de pudor.

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