Por Ariel Fernandez
" Podemos condenar la pobreza pero no tenemos ninguna simpatía por los pobres"
Para embellecer la vida, hay que
tener ganas, hay que tener flores, hay que tener amor, hay que tener alegría.
Nada de eso sobra, todo de eso falta para cientos de miles, para millones de
pequeños que sólo predican un futuro oscuro y lúgubre, que miran para atrás
para interpelar su corta historia en la que únicamente perciben dolor.
Yo solo veo a uno, dos, quizá
veinte por día.
Los veo, casi nunca los miro, no
me animo a mirarlos.
A veces, el billete arrugado, y
entregado con urgencia, sirve para pagar el peaje y continuar transitando por
la autopista de la indiferencia. Quizá no haya vida antes de la muerte. Después
de todo, morir es dormir un poco, como explicaba el personaje de una vieja
película. ¿Cuántas personas hay, en este momento, tan cerca de dormir un
poco, aunque en ningún registro figuren como pacientes terminales? Si el hambre
es un crimen, y los niños tienen derechos y la angustia de un niño se esconde
en la alegría de otro niño ¿dónde están los asesinos? ¿Y los copartícipes
necesarios, y los cómplices, y los indiferentes, y los que se benefician aumentando
precios, escamoteando las ofertas y ocultando las marcas más baratas?
Todo parece terminar en la fría y perversa sensación (maldita y estúpida
sensación) de aceptar sin miramientos la vida que, a pesar de nuestra voluntad,
nos toca.
Fotografía: Andrés Paolucci.
No hay comentarios:
Publicar un comentario