martes, 22 de mayo de 2012

La revolución inconclusa


“Las revoluciones son procesos históricos y de construcciones colectivas. Para que una revolución exista es necesario que haya una nueva unión de intereses frente a una vieja unión de estos”
                                                                                               Eric Hobsbwam.
No caben dudas que el 25 de mayo de 1810 no es consecuencia de la idea de patria, sino más bien, es la idea de patria consecuencia de mayo de 1810. Lo primero que viene a la memoria cuando hablamos del 25 de Mayo de 1810 es la representación escolar correspondiente de cada año, disfraces de patricios, señores bien que querían independizarse, la infaltable vendedora de mazamorra, etc. El hecho histórico se ha transformado por la fuerza de la costumbre en un hecho mítico y a la vez “cuasi-familiar”, desprovisto de interrogantes y contradicciones que retumban en la cabeza de quienes creen en las luchas populares. Si analizamos sus resultados concretos, la revolución de Mayo no fue una revolución social, porque no modificó lo esencial de la estructura económico-social, salvo dar mayor impulso al comercio inglés, que ya tenía un peso preponderante, limitado sólo por el monopolio español, maltrecho por el contrabando. Se dice que se buscaba la independencia, no depender de nadie, mientras en las gateras nuestra clase política (la vieja y la actual) preparaba los exhaustivos pedidos al Virrey Cisneros, al FMI o a cualquier otra cosa que se parezca.
Ahora bien. Este hecho, no permite circunscribir el proceso de Mayo a un mero recambio por arriba en las élites gobernantes. Esa es una lectura reduccionista que olvida que la revolución de Mayo fue el inicio de un proceso de lucha independentista a nivel continental, que había sido precedido durante las últimas décadas del siglo XVIII por la independencia norteamericana, la rebelión de Tupac Amaru y la revolución en Haití. Iniciativas como las de Castelli en su campaña al Alto Perú indican que si bien no fueron predominantes, existieron dentro de la “revolución”, sectores que perseguían distintos aspectos de emancipación social, que resultaban indispensables para que hubiera un cambio en profundidad respecto de la dominación colonial. Y esos intentos, aunque no se impusieron, existieron.
 Las clases dominantes de nuestro país se proclaman herederas de la “Revolución de Mayo”. El Centenario fue festejado en 1910 por la oligarquía que disfrutaba tanto de reprimir a los obreros como de pasear por París “tirando manteca al techo”.
El bicentenario nos encontró en una situación en la cual la bandera de la revolución de Mayo es utilizada para convocar a una “concertación”, “acuerdo”, “pacto social” que consiste esencialmente en que los trabajadores no creen problemas a los patrones con sus reclamos para no afectar las ganancias capitalistas. Por su parte, la Sociedad Rural y sus aliados, levantando una nueva “Representación de los hacendados” farsa y reaccionaria, planean hacer su propia manifestación del 25 de Mayo, planteando que “el campo” (con terratenientes incluidos) vendría a ser el punto de partida de la “argentinidad”. Ambos sectores buscan tener a la historia de su parte, abonando una lectura de que el 25 de Mayo fue el comienzo de la Nación Argentina, cuando en realidad el proceso de constitución del Estado argentino fue mucho más complejo, que duró hasta bien pasada la segunda mitad del siglo XIX, y que incluyó guerras civiles, hambre y siempre bajo las invisibles escalas jerárquicas  del poder de clase. Sin embargo, su hostilidad compartida hacia la clase trabajadora y sus compromisos con las ganancias de los patrones (sean de la Sociedad Rural o de la UIA) los vuelven herederos no de la Revolución de Mayo sino de la consigna de 1815 que decía “fin a la revolución, principio al orden”, cuando ya quedaba poco y nada de los intentos de Castelli y Moreno.
Y aquí reside una lección fundamental del proceso de Mayo. Más allá de la valoración de sus alcances, hay algo que se impone a todas las interpretaciones. La revolución de Mayo y la lucha independentista posterior, no fueron parte de ningún “acuerdo” ni “pacto social”. La camarilla colonial no pensaba ceder el poder estatal a sus ex – súbditos sin pelear. Esa es una lección fundamental para los trabajadores, porque demuestra que todo aquel que quiera cambiar el estado de cosas, debe estar dispuesto a una lucha a muerte contra los defensores del poder y los privilegios. Desde ese ángulo, los trabajadores y los ciudadanos que nos creemos y consideramos junto a ellos, podemos aprender bastante de la revolución de Mayo, de sus alcances y sus límites, para quizás, algún día… ser parte de una verdadera revolución.




No hay comentarios:

Publicar un comentario