“Las revoluciones son
procesos históricos y de construcciones colectivas. Para que una revolución
exista es necesario que haya una nueva unión de intereses frente a una vieja
unión de estos”
Eric Hobsbwam.
No caben dudas que el 25 de
mayo de 1810 no es consecuencia de la idea de patria, sino más bien, es la idea
de patria consecuencia de mayo de 1810. Lo primero que
viene a la memoria cuando hablamos del 25 de Mayo
de 1810 es la representación escolar correspondiente de cada año, disfraces de
patricios, señores bien que querían independizarse, la infaltable vendedora de
mazamorra, etc. El hecho histórico se ha transformado por la fuerza de la costumbre en un hecho mítico y a la vez
“cuasi-familiar”, desprovisto de interrogantes y contradicciones que retumban
en la cabeza de quienes creen en las luchas populares. Si analizamos sus
resultados concretos, la revolución de Mayo no fue una revolución social, porque
no modificó lo esencial de la estructura económico-social, salvo dar mayor impulso al comercio inglés, que ya tenía un peso preponderante, limitado sólo por
el monopolio español, maltrecho por el contrabando. Se dice que se buscaba la
independencia, no depender de nadie, mientras en las gateras nuestra clase
política (la vieja y la actual) preparaba los exhaustivos pedidos al Virrey
Cisneros, al FMI o a cualquier otra cosa que se parezca.
Ahora bien. Este hecho, no
permite circunscribir el proceso de Mayo a un
mero recambio por arriba en las élites gobernantes. Esa es una lectura
reduccionista que olvida que la revolución de Mayo fue el inicio de
un proceso de lucha independentista a nivel continental, que había sido precedido durante las últimas décadas
del siglo XVIII por la independencia norteamericana, la rebelión de Tupac Amaru
y la revolución en Haití. Iniciativas como las de Castelli en su
campaña al Alto Perú indican que
si bien no fueron
predominantes, existieron dentro de la “revolución”, sectores que perseguían
distintos aspectos de emancipación social, que resultaban indispensables para que hubiera un
cambio en profundidad respecto de la dominación colonial. Y esos intentos, aunque no se
impusieron, existieron.
Las clases dominantes de nuestro país se
proclaman herederas de la “Revolución de Mayo”. El Centenario fue
festejado en 1910 por la oligarquía que
disfrutaba tanto de reprimir a los obreros como de pasear por París “tirando
manteca al techo”.
El bicentenario nos
encontró en una situación en la cual la bandera de la revolución
de Mayo es utilizada para convocar a una
“concertación”, “acuerdo”, “pacto social” que
consiste esencialmente en que los trabajadores
no creen problemas a los patrones con sus reclamos para no afectar las
ganancias capitalistas. Por su parte, la Sociedad Rural y sus aliados, levantando
una nueva “Representación de los hacendados” farsa y reaccionaria, planean
hacer su propia manifestación del 25 de Mayo,
planteando que “el campo” (con terratenientes
incluidos) vendría a ser el punto de partida de la “argentinidad”. Ambos
sectores buscan tener a la historia de su parte, abonando una lectura de que el 25 de Mayo fue el comienzo de la Nación Argentina, cuando en
realidad el proceso de constitución del Estado argentino fue mucho más complejo, que
duró hasta bien pasada la segunda mitad del siglo XIX, y que incluyó guerras
civiles, hambre y siempre bajo las invisibles escalas jerárquicas del poder de clase. Sin embargo, su
hostilidad compartida hacia la clase trabajadora y sus compromisos con las
ganancias de los patrones (sean de la Sociedad Rural o de la UIA) los vuelven
herederos no de la Revolución de Mayo sino de la consigna de 1815 que decía “fin a la revolución,
principio al orden”, cuando ya quedaba poco y
nada de los intentos de Castelli y Moreno.
Y aquí reside una lección
fundamental del proceso de Mayo. Más allá de la
valoración de sus alcances, hay algo que se
impone a todas las interpretaciones. La revolución
de Mayo y la lucha independentista posterior,
no fueron parte de ningún “acuerdo” ni “pacto
social”. La camarilla colonial no pensaba ceder el poder estatal a sus ex –
súbditos sin pelear. Esa es una lección fundamental para los trabajadores, porque demuestra que
todo aquel que
quiera cambiar el estado de cosas, debe estar dispuesto a una lucha a muerte
contra los defensores del poder y los privilegios. Desde ese ángulo, los
trabajadores y los ciudadanos que nos creemos y
consideramos junto a ellos, podemos aprender bastante de la revolución de Mayo,
de sus alcances y sus límites, para quizás, algún día… ser parte de una verdadera
revolución.
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