miércoles, 30 de mayo de 2012

Mora

A mis sobris.

Los amores verdaderamente no se olvidan. Lo digo porque lo recuerdo ahora. ¿Después de cuanto tiempo? En mi memoria, siempre están presentes esos tortuosos amoríos crueles, tristes, melancólicos, con rupturas abruptas y desenlaces indeseados. Esos son los que conocen mis amigos, los impulsores de aquellas noches melancólicas en donde el vodka barato se apoderaba de nuestros más miserables sentimientos. Hasta mi vieja sabe de la amarga existencia de esos, los que me hicieron llorar y lograr que me sienta una porquería.
Pero hubo uno… hoy no sé por qué pero lo he vuelto a recordar con una claridad asombrosa, a tal punto que se me mezcla con el presente  produciéndome un escalofrío en todo el cuerpo, acelerando el latido de mi corazón al máximo. Sí, ahora lo recuerdo bien y no logro reconocer por qué. 
De pronto el todo es nítido y siento un alivio, las imágenes se apoderan de mí; sus cachetes colorados rodeando su pequeña boca bien roja casi siempre en forma de pico, sus ojos negros fuera de lo común y sus exorbitantes rulos casi imposibles de controlar.
No tuvimos grandes manifestaciones (en el sentido de espectaculares) amorosas, pero sí de esas incapaces de ser olvidadas.
Esas ansias por verla llegar, que aparezca ante mis ojos de manera sorpresiva, el roce de su mano de manera imperceptible así como completamente casual  ante la mirada desconcertada y cómplice de su papá.
Recuerdo esa sonrisa llena de vida, débil, vulnerable,   despojada de maldad, entregando tranquilidad, de esa que solo puede propinar un amor sincero.
Claro…era otra cosa. Mantuvo mi expectativa intacta sin siquiera intentarlo. Siempre llegaba hasta ahí, hasta donde las cosas deslumbran y no pierden su encanto.
Era un amor…como decirlo… sin la solidez que muchos pretenden, sin demostraciones excéntricas propias de una historia de amor francesa, era… en estado puro se podría decir.
Muchos no se enteraron. En realidad creo que nadie lo supo. Aunque posiblemente haya sido mi amor más largo y con un sentimiento superlativo.
Debo confesar que en largas noches también me tuvo preocupado y en velo, su ausencia era todo un enigma para mí cada vez que no la veía, pero esas condiciones eran una parte importante y fundamental de ese amor.
La espera. La complicidad. Un beso. Un abrazo. Una mirada. Una sonrisa. Un te quiero.
Era todo uno, una especie de pasión incontrolable.
Muchos me criticarán y no entenderán jamás que no le haya confesado en ningún momento lo que sentía. Eso (aunque no lo crean) era y es también una parte trascendental de ese tipo de amor.
No fue por miedo al “no”, o  al rechazo, nada de eso.
Si hoy se cruzara en mi camino, le preguntaría que piensa, y sé que estaría de acuerdo conmigo en todo. Yo fui su amor, no tengo dudas. Pero tenía que ser así. Ese tipo de amor es así.
Después de todo, no teníamos más que seis años.  


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