A mis sobris.
Los amores verdaderamente no se olvidan. Lo digo porque lo recuerdo
ahora. ¿Después de cuanto tiempo? En mi memoria, siempre están presentes esos tortuosos
amoríos crueles, tristes, melancólicos, con rupturas abruptas y desenlaces
indeseados. Esos son los que conocen mis amigos, los impulsores de aquellas noches melancólicas en donde el vodka barato se apoderaba de nuestros más miserables sentimientos. Hasta mi vieja sabe de la
amarga existencia de esos, los que me hicieron llorar y lograr que me sienta
una porquería.
Pero hubo uno… hoy no sé por qué pero lo he vuelto a recordar con una claridad
asombrosa, a tal punto que se me mezcla con el presente produciéndome un escalofrío en todo el
cuerpo, acelerando el latido de mi corazón al máximo. Sí, ahora lo recuerdo
bien y no logro reconocer por qué.
De pronto el todo es nítido y siento un alivio, las imágenes se apoderan de mí; sus cachetes colorados rodeando su
pequeña boca bien roja casi siempre en forma de pico, sus ojos negros fuera de
lo común y sus exorbitantes rulos casi imposibles de controlar.
No tuvimos grandes manifestaciones (en el sentido de espectaculares)
amorosas, pero sí de esas incapaces de ser olvidadas.
Esas ansias por verla llegar, que aparezca ante mis ojos de manera
sorpresiva, el roce de su mano de manera imperceptible así como
completamente casual ante la mirada desconcertada y cómplice de su papá.
Recuerdo esa sonrisa llena de vida, débil, vulnerable, despojada de maldad, entregando tranquilidad, de esa que solo puede propinar un amor sincero.
Claro…era otra cosa. Mantuvo mi
expectativa intacta sin siquiera intentarlo. Siempre llegaba hasta ahí, hasta donde
las cosas deslumbran y no pierden su encanto.
Era un
amor…como decirlo… sin la solidez que muchos pretenden, sin demostraciones
excéntricas propias de una historia de amor francesa, era… en estado puro se
podría decir.
Muchos no se enteraron. En realidad creo que nadie lo supo. Aunque
posiblemente haya sido mi amor más largo y con un sentimiento superlativo.
Debo confesar que en largas noches también me tuvo preocupado y en velo,
su ausencia era todo un enigma para mí cada vez que no la veía, pero esas
condiciones eran una parte importante y fundamental de ese amor.
La espera. La complicidad. Un beso. Un abrazo. Una mirada. Una sonrisa.
Un te quiero.
Era todo uno, una especie de pasión incontrolable.
Muchos me criticarán y no entenderán jamás que no le haya confesado en
ningún momento lo que sentía. Eso (aunque no lo crean) era y es también una
parte trascendental de ese tipo de amor.
No fue por miedo al “no”, o al
rechazo, nada de eso.
Si hoy se
cruzara en mi camino, le preguntaría que piensa, y sé que estaría de acuerdo
conmigo en todo. Yo fui su amor, no tengo dudas. Pero tenía que ser así. Ese
tipo de amor es así.
Después de
todo, no teníamos más que seis años.
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