"Los nadies: los hijos
de nadie, los dueños de nada."
Eduardo
Galeano.
Hay palabras que se dicen porque son mimos dulces a oídos
castigados, que tienen fines ajenos a las necesidades sociales. Palabras tan vacías
como la espontaneidad preparada por meses o las necesidades montadas en autos 0 Km . Palabras que tienen el
prestigio que le atribuía Borges a cada etimología buscada a regañadientes.
Los pibes pasan y a nadie le importa, porque ellos marchan en silencio,
en oscuridades que no penetran en las personas de “bien”.
Los pibes marchan con el dolor inmutable, con los deseos
devastados.
La muerte se los lleva demasiado pronto. Sin dejarles saborear de
la vida los manjares más bellos. Jugar a la pelota. Saltar la soga. Treparse a
un árbol. Desgajar una naranja y reírse a carcajadas hasta que la panza duela.
Comer un chocolate o correr bajo la lluvia hasta desfallecer de pura felicidad.
La muerte se los lleva con sus mochilas cargadas de tristezas.
Desde las altas cumbres que se erigen en el dinero, son quienes
ocupan los tronos principales los que definen a esos pibes y pibas, los que
determinan cómo son y cuáles son sus derechos.
Siete de cada diez niños que consumen drogas, no sabrán lo que es
tener un hijo, ni sabrán de utopías y de caricias.
Son los excluidos de los excluidos. Las últimas piezas de un
sistema que se van derrumbando en un proceso de enorme violencia.
Los 90 con sus espejitos de colores legitimaron y democratizaron
en vastos sectores infinitas indignidades; imponiendo un estado social en el
que con extrema perversidad se asoció el círculo represivo y el
disciplinamiento cruel, denostando a la categoría de vagos a un sin número de
familias desclasadas, estigmatizando a aquellos que nada tienen.
Se llenaron los barrios más pobres de cualquier droga barata, una
droga silenciada que fulmina a los pibes impiadosamente.
Entonces, para la gente de “bien”, la ecuación termina siendo perfecta:
encerrarlos o matarlos… con la bala o con la droga.
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